Ministerio BETANIA Junio 2002
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María estaba a los pies de la Cruz cuando
su Hijo murió. En sus últimas palabras, El nos encomendó a Ella. Esta madre sufrió
en lo más recóndito de su ser cuando bajaban su hijo de la cruz. Por eso en nuestro dolor podemos acudir a Ella, podemos rogarle.
Quizás podemos sentarnos con Ella y meditar y contemplar ese amor que Dios nos ha dado y que nunca podrá ser arrancado de
nuestros corazones. Ella ha llegado a nuestra esperanza, Ella está en la gloria con su Hijo, y eso trae consuelo y esperanza
a cada uno de nosotros. El mundo
secular no comprende lo que es nuestra esperanza, la promesa de la Resurrección, la confianza que tenemos de que nos reuniremos
de nuevo y que juntos estaremos en la vida eterna. Si hablamos de esas creencias muchos pensarán que estamos tratando de escapar
de la cruel verdad de nuestra pena, que no estamos enfrentando la realidad. Es aquí donde tenemos que ser fuertes para no
permitir que se nos aparte de la espiritualidad que hay en la muerte. Pero
a muchos de nosotros los cristianos a veces se nos hace difícil no apartarnos de los sentimientos tan humanos que trae la
muerte. Aunque uno no lo quiera, las miles de veces que una tristeza muy grande pasa por nuestros corazones y por nuestra
mente se hace muy difícil el dolor que experimentamos en nuestros corazones, esa apretazón tan fuerte que sentimos en el pecho
que a veces se nos dificulta hasta respirar. Sin embargo, es en esos momentos cuando el mundo nos dice que tenemos que comenzar
a vivir de nuevo, pero pensamos, "yo no quiero; yo lo que deseo es sentarme a solas con mi dolor y hacerle reverencia a mi
sufrimiento". A veces
todo lo que uno quiere es hablar libremente de nuestro/a hijo/a, sin que nadie diga nada, sólo escucharnos, pero sabemos con
quién podemos y con quién no. Sabemos que nadie nos diría "está bueno ya", y reconocemos en presencia de quién no nos sentimos
con libertad de hablar con toda franqueza. Es en esos momentos de soledad y de aislamiento que sentimos más adentro nuestra
pérdida. Al conocer a otra persona que también, como nosotros, ha perdido un/a hijo/a, nos damos cuenta que ese padre sí nos
entiende a plenitud sin tener que dar ninguna explicación. Al mismo
tiempo debemos decir, "qué tesoro tan grande son aquellos que nos han dicho: 'cuando
necesites un hombro para llorar o unos oídos para que te escuchen, o si necesitas una risa o un grito, aquí me tienes'". Esos
son los ángeles que Dios nos envía para absorber nuestro dolor. Quizás los encontramos en la comunidad familiar, en la parroquia,
en un grupo de amistades y, por supuesto, en el grupo de apoyo y recuperación BETANIA. En cada uno de estos grupos las personas con
sus palabras, con sus gestos, su amor, su presencia en el momento oportuno, nos dejan saber que este sufrimiento es como un
túnel en una noche bien oscura, que es un proceso, no es un producto final. En este sufrimiento no hay fin. El fin es el regocijo,
el fin es el amor, el fin es la comunión que está envuelta en el abrazo amoroso de nuestro Dios. El resto es el camino, y
no podemos llegar al otro lado sin atravesarlo, sabiendo que el camino no es el final. Amén. -Elaine
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©2002, E.M. Syfert. Todos los derechos de autor reservados.
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