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Quisera comenzar el boletín mensual enviándole un abrazo bien cariñoso a todos los papás de BETANIA, pues ustedes han
podido comprender cómo ser padre significa estar orgulloso de lo que Dios creó por ustedes y que ahora está con El.
Pienso que más que nada es la gratitud que sienten por haber sido tocados de una manera tan especial. Como decía el salmista,
"¿Cómo a Yahvéh podré pagar todo el bien que me ha hecho?" (Salmo 116:12).
Ustedes, los padres, enseñaron a sus hijos a amar a Dios, les enseñaron a amar a su prójimo, les enseñaron todo lo que necesitaban
para ir al Cielo, los amaron y se deleitaron con todo lo que ellos hicieron. Ellos comprendieron el amor de Dios por el amor
que ustedes les dieron. Por muchas otras cosas más quisiera hacerles honor en este mes de los padres, y al mismo tiempo porque
son padres de ángeles y santos.
Hace unos días me contaba un papá como el había tenido un sueño con su muchacho, cómo lo veía sentado cerca de el, y cómo
quería tocarlo pero temía que si lo hacía se le iba a desaparecer, por lo que todo lo que hizo fue mirarlo y eso le trajo
una gran felicidad.
La Biblia nos habla en buenos y no muy buenos términos sobre los sueños. Antes que los profetas fueran prominentes en Israel,
el sueño era una de las maneras en que Dios se comunicaba con su pueblo escogido. En muchos pasajes de la Biblia el mismo
Señor aparece en los sueños, como en Génesis 28:10-13: "Jacobo... tuvo un sueño.... y vio que Yahvéh estaba a su lado....".
En otro pasaje encontramos que "en Gabaón Yahvéh se apareció a Salomón en sueños por la noche..." (1 Reyes 3:5). En otras
ocasiones un
ángel del Señor se aparecía en sueños, y no olvidemos cómo toda la historia del nacimiento de Jesús en el Nuevo Testamento
está llena de sueños.
Por esto vamos a pensar en cuánto consuelo recibimos la mayoría de las veces cuando soñamos con nuestros hijos. Muchos nos
han contado en las reuniones de BETANIA cómo, al soñar con sus hijos, han podido reconocer el deseo tan grande que les entra
de querer ir al Cielo para estar con ellos, dándose cuenta que es más grande ese deseo que el de querer estar con Jesús. Estoy
segura que todos hemos estado allí sin que nos moleste en la conciencia. ¿Quién mejor que El para comprender lo que habita
en nuestros corazones de padres y madres?
Con los sueños viene la alegría de que hemos sido visitados, viene el consuelo, viene el regocijo, viene la tristeza y a veces
hasta los temores, aunque también les permiten a la mente, por medio de esas imágenes y de vez en cuando las palabras, el
poder luchar a brazo partido con paradojas que nuestro raciocinio no puede desmenuzar.
Invariablemente cuando soñamos con nuestros hijos el fruto siempre es de una gran paz, pues al verlos percibimos que son felices
y eso renueva en nuestros corazones la esperanza de la resurrección.
¡Qué regalo tan especial nos hizo nuestro Padre Celestial el día que nos dio la oportunidad de ser padres! Amén.
¿Cuantas veces he soñado con mi hijo/a? ¿Me puedo identificar con los sentimientos que he leído en el boletín de este mes?
-Elaine
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