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Dios no cambia nuestro corazón herido por uno más feliz de un día para el otro. Hay mucho que El nos quiere enseñar. La sanación
de un corazón partido de dolor viene a través de reconocer el sufrimiento y la pérdida, y el poder confiar en Dios a pesar
de todo lo que ha pasado.
El Señor Jesús, por la gracia del Espíritu Santo, remienda o teje nuestro corazón, yendo a veces a lugares tan profundos
en nuestra alma que ni siquiera nos damos cuenta que está allí. En realidad El va más allá del dolor y Su amor es más grande
que el sufrimiento, aunque nosotros sufrimos más mientras más amamos. Quizás ese sea el precio de amar; no lo sé, aunque muchas
almas han llenado nuestra vida de amor y consuelo.
El otro día le preguntaba a unos amigos cómo se sentían ahora que han pasado dos años de la pérdida de su hija. Me contestaron
que el mes pasado, cuando se acercaba el aniversario, "estaban constantemente llenos de recuerdos", muchos de ellos
de todos los buenos tiempos que pasaron juntos, pero casi todos eran de los últimos momentos.
Los aniversarios traen a nuestra mente una película en colores de todo ese pasado, aunque con el tiempo esos colores comienzan
a tomar tonos más pálidos. El dolor se va aminorando y se pueden disfrutar los recuerdos sin que eso nos produzca apretazón
en el pecho.
El sufrimiento y el tiempo... el sufrimiento y los recuerdos... el sufrimiento y las etapas del dolor todos juntos son
como granizos en una tormenta de verano y estarán con nosotros hasta que nos reunamos de nuevo. No pienso que estemos estancados
en estos sentimientos; pienso que se han convertido en parte de nosotros.
En el Evangelio, Jesús, como un Maestro bondadoso, nos dice: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados,
y yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y halláreis descanso
para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 11:28-30). Si aceptamos la invitación de Jesús, encontraremos
la paz interior, y al pasar dos años o tres o más, podrán decir como estos amigos: "Dios nos ha traído paz". Aunque
esa paz no es constante, a veces se da en el medio de grandes emociones. Es que esa paz va más allá de las emociones, porque
Jesús entra a través de las rendijas de nuestros corazones y encuentra las heridas abiertas, lo que trae pesar y lo que hay
que reparar. Con Su gracia pone todas las piezas juntas para que podamos experimentar alivio, aceptación y sanación.
Podemos recordar cómo después de un par de meses no pensábamos en nuestros hijos todas las horas del día, pero después
de un par de años nos damos cuenta que pensamos en ellos día a día. Sería imposible que pasara un día sin nosotros recordarlos
aunque disfrutamos los momentos que tenemos como pareja con nuestro cónyuge y disfrutamos también nuestra vida familiar pues,
tal como tenemos la seguridad y la confianza del aire que respiramos, así la tenemos de que nos reuniremos de nuevo.
¿Tengo yo también la esperanza de que llegará el momento en que sentiré esa paz?
-Elaine
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