Ministerio BETANIA OCTUBRE 2007 |
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AÑO VIII NUMERO 7
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¿Oye, Dios, por que sufrimos?
En el boletín anterior les prometía que continuaríamos
profundizando un tema que puede arrojar luz en la experiencia retadora de la pérdida de un ser querido. Las teorías de la
redención que citamos y criticamos anteriormente produjeron a lo largo de la historia una exaltación tal del dolor que el
mismo ha llegado a concebirse casi como un bien o algo santo, como un elemento integrante de un tipo de consuelo que puede
resultar aberrante y es común en ciertas personas piadosas. Como cuando te dicen: “Es la voluntad de Dios, uno tiene
que someterse a la voluntad de Dios”. Aquí hay que reafirmar una vez más que ¡No es Dios quien produce el
sufrimiento!. La patogenia, por ejemplo, es una rama de la
medicina que estudia como se han producido las enfermedades. La meta de la misma es aislar el virus que causa una dolencia
determinada. Será efectiva o no, pero lo que si es seguro es que nunca en este terreno se le ocurrirá a nadie culpar a Dios
por ninguna enfermedad. Hay muchos que aún no saben distinguir el plano de la
causa primera que es Dios y el plano de las causas segundas que producen cada fenómeno individual. Hay quien piensa todavía
que Dios manda las enfermedades. Es cierto que Dios puede intervenir como quiera en las causas segundas y también siempre
cabe la posibilidad del milagro, pero en verdad ese no es el modo común de actuar de Dios. Aqui siempre volvemos a topar la
realidad del misterio y por ende debemos plantear cuán imporante es no maltratar dicho misterio. “No
vendría mal, antes de seguir adelante, recordar una antigua leyenda noruega: -El Viejo Haakon cuidaba una cierta ermita. En ella se conservaba un Cristo
muy venerado que recibía el significativo nombre de Cristo de los Favores. Todos acudían a el para pedirle ayuda. Un día también
el ermitaño Haakon decidió solicitar un favor y, arrodillado ante la imagen, dijo: -“Señor, quiero padecer por ti.
Déjame ocupar tu puesto. Quiero reemplazarte en la cruz”. Y se quedo quieto, con los ojos puestos en la imagen esperando
una respuesta. De repente-¡oh maravilla!-vió que el Crufificado comenzaba a mover los labios y le dijo: -“Amigo mío,
accedo a tu deseo, pero ha de ser con una condición; que suceda lo que suceda y veas lo que veas, has de guardar siempre silencio”. “Te lo prometo, Señor”, dijo el ermitaño. Y se efectuó
el cambio. Nadie se dió cuenta de que era Haakon quien estaba en la cruz, sostenido
por los cuatro clavos y que el Señor ocupaba el puesto del ermintaño. (..…) LLegó un ricachón y, después de haber orado,
dejó allí olvidada su bolsa. Haakon lo vió, pero guardó silencio. Tampoco dijo
nada cuando un pobre, que vino dos horas más tarde se apropió de la bolsa del rico. Tampoco dijo nada cuando un muchacho se
postró ante el, poco después para pedir su protección antes de emprender un viaje. Pero no pudo contenerse cuando vió regresar
al hombre rico quien creyendo que era ese muchacho el que se había apoderado de la bolsa, insistía en denunciarlo. Se oyó
entonces desde la cruz una voz fuerte: !Detente!. Haakon aclaró como habían
ocurrido realmente las cosas. El rico quedó anonadado y salió de la ermita. El joven salió también porque tenía prisa para
emprender su viaje. Cuando por fin la ermita quedó sola, Cristo se dirigió a
Haakon y le dijo: -“Baja de la cruz”. No
vales para ocupar mi puesto. No has sabido guardar silencio. –Señor- dijo Haakon confundido-,¿cómo iba a permitir esa injusticia?”. Y Cristo le contestó: -“Tú no sabías que al
rico le convenía perder la bolsa, pues llevaba en ella el precio de la virginidad de una mujer. El pobre, en cambio, tenía necesidad de ese dinero e hizo bien en llevarselo. En cuanto al muchacho último,
si hubiera quedado retenido en la ermita no habría llegado a tiempo de embarcar y habría salvado la vida, porque has de saber
que en estos momentos su barco esta hundiéndose en alta mar”. Hasta
aquí la leyenda. Aquí no se trata de una invitación a no actuar, sino a no maltratar
el misterio de Dios. En este sentido cabría decir que Dios no desea el mal, pero
lo tolera porque sabe que es una consecuencia inevitable de la creación. (Luis Gonzales Carvajal, “Esta es Nuestra Fe”,
Teología para Universitarios, Edit. Santander 1989, pags. 91-97) Toda
nuestra vida esta llena de misterios, y en ellos se entrelazan los que nos hacen llorar de dolor, ausencia, vacío, y los que
nos hacen dar gracias desde lo más hondo del corazón sin entender porque Dios es tan bueno con nosotros. “Ahora vemos confusamente, como en un espejo de adivinar –decía Pablo- mientras que entonces
(en el último día) veremos cara a cara”(1Cor 13,12). Vamos a continuar intentando explorar delicadamente en este misterio
sin maltratarlo, pero mientras tanto recordemos siempre, que Jesús, es Señor del Amor y de la Vida y siempre camina solidariamente
con nosotros, en las buenas y en las malas. Bendiciéndoles como siempre, queda de ustedes su hermano en Cristo, |
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P.Eduardo Jiménez Director del Ministerio de Familia |
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