Ministerio BETANIA

MAYO Y JUNIO 2008













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María y Jesús: El amor nunca pasa
















Una vez más –y ójala fueran más- me acerco a ustedes, mis queridos hermanos de Betania con la pena de estarles escribiendo bimensualmente, pero sin perder la esperanza de que nos vayamos estabilizando en el Departamento de Familia de la Arquidiócesis de Miami, para continuar sirviéndoles como ustedes merecen y necesitan. Providencialmente en estos dos meses podemos contemplar dos grandes amores que alimentan de manera especial nuestra fe, esperanza y caridad.  Dos personajes esenciales: María y Jesús de Nazaret.  El, nuestro redentor y ella, la medianera de las gracias por cuyo SI nos ha venido la salvación.

 

      En estas últimas semanas hemos celebrado el mes de María, pero también las fiestas del Buen Pastor, Corpus Christi y el Sagrado Corazón, tres celebraciones centradas en Cristo Jesús. Dos grandes amores: La Madre y el Hijo que muere y resucita por nosotros que nos dicen incansablemente: “el amor nunca pasa”.

 

                  El misterio de la pérdida, y por ende del dolor y sufrimiento que ella conlleva encuentran en María y Jesús de Nazaret una fuente inmensa de sentido, consuelo y esperanza.  Los textos bíblicos seleccionados para la fiesta de María Madre del Consuelo nos aportan una luz preciosa en este sentido. El Profeta Isaías (61,1-3.10-11) da testimonio de la acción del Espíritu que le envía profeticamente a “dar la Buena Noticia a los que sufren, vendar los corazones desgarrados…para consolar a los afligidos…para cambiar su traje de luto en perfume de fiesta, su abatimiento en cánticos”.

 

      San Pablo en su carta a los Corintios (1,3-7) nos recuerda que el “Dios del Consuelo” nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier lucha, repartiendo con ellos el ánimo que nosotros recibimos de Dios.  Si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotos, gracias a Cristo rebosa en proporción nuestro ánimo”. Es necesario e importante recordar y tener muy presente que El Señor es nuestro Dios y Salvador, porque nuestra fuerza y poder es el Señor, él ha sido nuestra salvación, y “sacaremos aguas con gozo de las Fuentes de la Salvación” (Is 12,2-3.4-6). Las Bienaventuranzas son una declaración solemne del amor consolador de Dios hacia el que sufre: “Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra”.(Mt 5, 1-12). Nada como la Palabra de Dios para sanar nuestras heridas y proveernos el consuelo.

                   Aunque parezca contradictorio, los padres que han pérdido hijos, tienen una capacidad enorme de sanación para ellos y para los demás.  ¿Por qué?.  Porque tienen amor. Conocen del amor, entienden el lenguaje del amor. ¿Habrá amor más gande que el de un padre/ madre por sus hijos?.  Es lo que más se apróxima en la experiencia humana al amor de Dios.  Ese amor combinado con el amor de María Santísima y el de Cristo Redentor, poseen un poder incuestionable, poder de sanación, paz y consuelo. Y, lógicamente, siempre será bueno recordar algunos pasos importantes en el proceso de la sanación de la pérdida como son: expresar nuestros sentimientos, no tener pena en pedir ayuda, tener paciencia con nosotros mismos, mantenernos saludables, aprender cada vez más acerca de la sanación de la pérdida, y sobre todo, confiar en nuestra capacidad de sanación. Recordemos la carta de San Pablo a los Corintios. Dios Padre nos consuela no solo para ser consolados nosotros, sino para llevar ese consuelo a los demás. Es también un ministerio de evangelización a traves de la experiencia del dolor. Cristo se crucifica en las cruces de nuestra vida, para que nuestra vida sea un constante resucitar con El.

 

                   Que esta reflexión de consuelo y esperanza, nos fortalezca en el espíritu capacitándonos a nosotros para poder consolar a los demás. Aprovecho para desearles un muy feliz verano libre de huracanes y lleno de la bendición de Dios.

 
















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