Se acercan las fiestas Navideñas. Ya
estamos comenzando el Santo Tiempo de Adviento que nos prepara para la celebración del nacimiento de nuestro Salvador en Navidad.
Tiempo de alegría,
de sueños, poesía, colores, adornos, intercambios de regalos,
golosinas deliciosas y …claro, de recuerdos.
Es tiempo de alegría, a menudo mezclado
con la tristeza por la ausencia de los que ya no están, especialmente los hijos, aquellos tesoros frutos del amor y de toda la entrega maternal-paternal. En verdad, ustedes saben, mis hermanos de Betania, que uno de los capítulos mas retadores de la experiencia de la pérdida,
es la de los aniversarios y las fiestas tradicionales. Aquí es donde la bienaventuranza que hemos tomado como título hoy, cobra un sentido y fuerza especial.
“Algo queda muy claro, a través de toda la historia de la salvación y es que el camino de la bienaventuranza pasa necesariamente
por la aflicción, por el dolor o, mejor, que el sufrimiento es sementera de alegría. La ley “por la pasión y la muerte, a la vida y a la Gloria” no la hemos de aplicar solamente al Salvador; somos nosotros quienes
hemos de seguirle en su caminar (Lc 9,23) pues si padecemos con Él, seremos con Él glorificados (Rom 8,17). A la luz de
esta bienaventuranza, las aflicciones actuales no merecen tenerse en cuenta (Rom
8,18); ya que participando con Jesucristo en sus padecimientos,
participamos también en su consolación (2 Cor 1,7) “Es doctrina segura: que
si padecemos con Él, también con Él viviremos. Si sufrimos con Él, con Él reinaremos (2Tim 2,11.12). Nuestros sufrimientos
aceptados con amor y por Jesucristo nos constituyen en los preferidos del Reino de Dios”.
Todo
esto suena muy bien, pero a nivel de experiencia humana es muy duro, muy difícil. No lo podemos lograr sin la fe en Dios y sin su gracia. De su parte contamos con
su apoyo incondicional, pero de nuestra parte necesitamos,
entre otras cosas practicar una actitud que es objeto de atención de otra bienaventuranza: la sencillez,
la infancia espiritual, el volver a ser niños. Don Miguel de Unamuno escribió los
siguientes versos sobre la infancia espiritual:
“Agranda la puerta, Padre, porque no puedo pasar.
La hiciste para los niños, yo he crecido
a mi pesar.
Si no me agrandas la puerta, achícame por piedad.
Vuélveme a la edad bendita, en que vivir
es soñar”.
El gran misterio de Navidad, para el cual nos prepara el
Adviento en su dinámica de conversión en espíritu de alegre y gozosa espera, es
misterio de sencillez, de humildad,
del Dios Inmenso y Eterno que se abaja a nuestra condición humana por la encarnación,
y naciendo en un país insignificante de la tierra, de padres humildes, y en un pesebre. En la Navidad, a nivel exterior, pueden asomar las emociones mas legítimas que produce el dolor de la ausencia de aquellos hijos
que ya no comparten con nosotros estos eventos como en un pasado, sin embargo si
ponemos la Navidad en perspectiva mas de fe y a nivel mas interior, podemos descubrir
que al fin y al cabo, somos peregrinos extranjeros en esta provisionalidad del
tiempo presente. No hemos llegado aún a nuestra meta que es la Jerusalén Celestial,
aun peregrinamos en este valle de lágrimas. La aceptación de la muerte y de nuestro hijo/a,
no significa olvido, indiferencia, ni
falta de amor. Él o ella siempre estarán presentes en tu Corazón, viven en la presencia
de Dios y nos esperan para un día cantar la eternal Navidad con Maria, los Santos
y los Ángeles. Ahora, esperamos, con
la Fe, la Esperanza y la Caridad de ofrecer lo mejor de nuestra sonrisa a los hermanos, e incluso a otros que están peor que nosotros. La sencillez de niños,
nos abre a la fe en ese Dios que no defrauda, nos abre a la aceptación, y nos permite experimentar la paz y la bienaventuranza reservada a los afligidos, amados y privilegiados de modo especial por el Padre Eterno. Que esta Santa Navidad, mis hermanos y hermanas de Betania, la vivan llenos
de esta sencillez y bienaventuranza, para que experimenten todo el consuelo, y toda la paz y esperanza que les quiere traer el Niño Dios.
Con mis mejores deseos para esta Navidad y Año Nuevo,
P.Eduardo R. Jímenez
Director del Ministerio de Familia