Cuando me
senté a reflexionar sobre este artículo y cómo titularlo, acabé decidiéndome por éste, porque el mes de Junio es tan rico
en manifestaciones del amor infinito de Dios que no encontré otro que resumiera el
mismo que no fuera “Amor Divino”. Consideremos que el día once celebraremos la Santísima Trinidad, el 18
la Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo (Corpus Christi), el 23 la Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús,
el 24 el Nacimiento de San Juan Bautista y, por si fuera poco, así como en Mayo honramos a nuestras madres, en el mes de Junio
honramos a nuestros padres.
La Santísima
Trinidad es la expresión más profunda del amor comunitario de Dios. Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, que son una
sola realidad definida por el amor perfecto, eterno e infinito que no podía quedarse encerrado en tal misterio y tenía que
volcarse en nuestra creación, la creación del mundo y la recreación de todo por la redención actuada por Cristo, que muere
y resucita por nosostros. Ese Cristo que se da como comida y bebida es adorado y celebrado especialmente en la Fiesta del
Corpus Christi. Existe una relación inseparable entre la devoción al Corazón de Jesús, que expresa su amor y misericordia,
y la devoción a la Eucaristía, presencia real del Señor que nunca falla, que nunca nos abandona y quiere permanecer siempre
con nosotros.
También
en Junio, como saben, celebramos a nuestros padres vivos y difuntos. Hay un refrán que no me gusta mucho que dice que “padre
es cualquiera, mientras que madre es una sola”. Yo diría que padre malo o mediocre es cualquiera, pero buen padre…no
es tan fácil. Sin restar nada a la grandeza de nuestras madres, no podemos dejar
en un segundo plano a tantos padres buenos, sacrificados, honrados, que muchas veces en el silencio y el sacrificio –como
San José en Nazaret- han sostenido y edificado sus familias dejando legados de cariño, sabiduría y buenos ejemplos. A ellos
nuestra más profunda y respetuosa felicitación.
Junio es el mes del “Amor Divino”,
y divino es también el amor de los padres a los hijos. ¿En qué sitio queda todo esto cuando el orden se trastorna y nos topamos con el reto terrible de la pérdida, cuando perdemos a un hijo o hija? ¿Dónde queda el amor divino y dónde queda nuestra fe?. La verdad es que en la desnudez
y la sequedad del dolor humano, de ese dolor tan indescriptible, se robustece, se prueba, se acrisola nuestra fe, allí se
hace mucho más presente el amor comprensivo, respetuoso, caluroso, solidario y fiel del Dios que nunca nos falla. Cuando decimos
que no nos falla, no se trata de pensar en el Dios pararrayos, o resuelve problemas, que no va a permitir que experimentemos
ninguna adversidad. La noche oscura del espíritu forma parte del proceso a un nuevo amanecer así como la muerte es el paso
previo a la resurrección.
Los
nombres de sus hijos están grabados en ese corazón amoroso y misericordioso de Cristo y los nuestros también. Un día cantaremos
todos juntos las alabanzas del Señor de la Gloria en esa Patria Celestial donde no habrá más advesidad ni dolor. Pero por
ahora, mientras peregrinamos aquí, el Señor que nos da su corazón, su cuerpo y su sangre, peregrina con nosotros, persevera
con nosotros y nos dice: “No temas, yo estoy contigo”.
Que este mes del Amor Divino nos renueve en la fe, la esperanza y
la caridad y que ese Dios tan hermoso nos llene de su paz y siga sanando las heridas de nuestras pérdidas.
Con mi fraterna bendición